Voy con un poco de retraso, así que a currar!!
Dejamos el hotel Sydney y, con él, la zona de Kemer, en Antalya. Para que os hagáis una idea, es como Salou, pero en ruso. Hoteles en primera línea de playa y restaurantes con cartas sólo en ruso, con comida rusa y con gente de Rusia, es decir, rusos. Me esperaba otra cosa. Igual es que no he encontrado el sitio correcto, que seguro que lo habrá, pero desde luego, en ese sentido, no ha habido suerte. Eso sí, el baño en el Mediterráneo ha sido una de las sorpresas agradables de este viaje.
Salimos dirección Denizli, con el objetivo de ver Pamukkale, uno de los platos fuertes de cualquier viaje a Turquía que se precie. Cita obligada, vaya. Y como consecuencia de estas citas obligadas, ya sabes: miles, ¿qué digo?, millones de turistas por todos lados. Es el peaje.
A los pocos kilómetros, hay que repostar, ya que no llené el tanque el día anterior, y la moto tiene un poquillo de sed. Pobrecilla. Como siempre, desde que decido repostar hasta que aparece la primera gasolinera, pueden pasar, como mucho, 5 kilómetros. No más.
Venga, vamos a boxes. Como casi siempre en este bendito país, tras darle de beber a la moto, nos ofrecen de beber a nosostros: "¿Chai?" dice el gasolinero. Yo ya, ni dudo: "Venga, maestro". Pero hoy, la cosa no se queda ahí. La moto es un cementerio de insectos rodante: tengo mosquitos, avispas, mariposas y demás bichillos voladores , que se empeñaron en su día en que querían hacer el viaje conmigo, y ahí están, sin decir esta boca es mía. Pero ahora, es el gasolinero el que se empeña en que eso no puede seguir así, que no puedo ir con esas pintas por su país, así que casi me obliga a mover la moto al lado de su manguera de agua a presión mega último modelo de la marca "Quita Que Voy", y le mete un fregado a la burra, que a los 5 minutos parece que me la han cambiado. Impecable, oiga.
Por supuesto, el tío se niega, casi ofendido, a aceptar el dinero que le ofrezco por sus servicios. Aquí se paga la gasolina, y punto. Aunque, ahora que lo pienso, a 2 euros el litro, ya está bien pagado, ¿no?. Pero el detalle es el detalle. Muchísimas gracias, caballero, y hasta la próxima.
30 kilómetros antes de llegar a Denizli, el cielo se pone negro, como de tormenta de verano. Hace mucho calor y las nubes se están formando a toda velocidad. Entonces, al borde de la carretera, vemos un mercadillo de verduras local, y digo local, porque allí no han visto un extranjero en su vida, o al menos, así me lo parece a mí, por sus caras cuando damos un pequeño paseo entre los puestecillos de frutas y verduras, mientras fuera, diluvia durante los 20 minutos que dura nuestra visita.
Mercadillo local |
En fin, que me voy por las ramas. Le compramos unos frutos secos al chaval, unas fotitos para el recuerdo, y como ha dejado de llover, continuamos hacia Pamukkale, a donde llegamos poco después, tras cruzar Denizli y seguir los millones de señales que hay indicando el camino. Imposible perderse. Me temo lo peor.
Piscinas naturales en Pamukkale |
Hay que mentalizarse e intentar abstraerse de todos los japos y demás seres a una cámara compacta pegados, que pululan por el lugar. Por supuesto, con el mismo derecho que yo, pero hablando de derechos, yo también lo tengo: a sentirme agobiado en semejantes aglomeraciones. Hay a quien le gusta estar en sitios así, e incluso disfruta disfrazado en medio de la masa. Yo no puedo. Cada vez me cuesta más. ¿Me estaré haciendo mayor?
Increíble la belleza del lugar!! |
Recorremos la zona de arriba a abajo, y en la parte más alta, la densidad de turista por centímetro cuadrado disminuye sensiblemente. La gente es vaga hasta para esto, pero mejor para nosotros, que disfrutamos de unos momentos de tranquilidad entre tanta belleza. Creo que Pamukkale significa castillo de algodón, y si realmente es así, el nombre le viene que ni pintado. Cuando veáis alguna foto lo entenderéis.
Vista general de las laderas de Pamukkale |
Al llegar a la moto, cervezota que te crió. Nos la merecemos después de semejante pateada.
Escuchando las batallitas de Robert |
Después de esa agradable charleta con Robert, es hora de moverse. Se nos está haciendo tarde y tenemos planeado ir a Izmir para ver mañana las ruinas de Éfeso, otra cita obligada.
Sin entretenernos más, retorcijón de oreja a la moto, y a hacer kilómetros. Llegamos a Izmir de noche, y nos metemos en el primer hotel decente que encontramos. Un poco caro, la verdad, pero creo que es dinero bien invertido, sobre todo cuando llevas todo el día sin parar a más de 35 grados de temperatura.
Descubro que he cometido un error, y es que, Éfeso no está en Izmir, sino en Selçuk, a unos 80 kms al sur. Una pequeña cagada, por que mañana tenemos que bajar para luego volver a subir, dirección Estambul. Eso me pasa por no revisar mis notas, que mezclado con mi memoria prodigiosa, pues dan como resultado este tipo de cosas. Un mal menor, de todas formas.
A la mañana siguiente, salimos temprano para Selçuk, y llegamos a buena hora, no sin que antes me vuelvan a parar en un control de velocidad, que ya ni siquiera me preocupa, porque visto lo visto, no voy a pagar ni un duro. Pero mira por donde, va, y el poli, tras preguntarme de dónde soy y a dónde voy, me dice que puedo continuar. Yo creo que con los 3 o 4 coches que tenían parados a esa horas, ya habían hecho el cupo hasta la hora del almuerzo, así que sin preguntar nada más, salimos de allá sin mirar atrás.
Éfeso. Pues más de lo mismo. Hordas de turistas sin control por todos lados, aparte del dinero que te soplan por respirar el aire de estos sitios. Pero una vez más, hay que pagar el peaje, y así lo hacemos. Al igual que en Pamukkale, en cuanto te sales del circuito típico, ya no es necesario sacar los codos para hacer fotos, y nadie te empuja, ni te insulta, ni te veja...ay, que me he confundido de historia, perdón.
No estamos demasiado tiempo aquí, está bien, pero como suele pasar con estas cosas, no te sorprende nada. Recuperamos las chupas y cascos de la tienda donde los hemos dejado, después de comprar unos souvenirs para la family.
De todas formas, hoy se hace más llevadero, porque hacemos paraditas estratégicas cada menos kilómetros, sin estirar demasiado, que ya se sabe que si tensas mucho la goma, al final se parte. Suavecito. Y parece que hay un poco de suerte, y de las decenas de controles de velocidad que vemos por el camino, no nos paran en ninguno. ¡Mejor!
Al final, llegamos a Estambul de noche, otra vez. No hay manera de llegar a los sitios a una hora religiosa. Nos alojamos en un hostel a 5 minutos del aeropuerto. El vuelo de Elma sale muy temprano y no es cuestión de andar perdiendo el tiempo a esas horas intempestivas. Nos quedan unas 4 horas de sueño, un poco escaso, pero suficiente para ir tirando.
Llegamos al Atatturk con tiempo de sobra. Check in, un poco de charleta, y despedida. Los dos nos quedamos tristes, han sido unos días buenísimos, intensos, y todo ha salido bien, sin contratiempos. Más no se puede pedir.
Ahora me toca a mí continuar en solitario, tengo otras 2 semanas por delante, así que seguimos con la aventura. Desearme suerte. Besos.
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