No siempre lo barato sale caro. He dormido de maravilla (más de 5 horas, que ya es todo un récord), el sitio es elegante y tranquilo, y encima el desayuno se lo han currado. Tiene de todo, y yo, que soy un tío agradecido a la vez que cortés, pues le he metido caña de la buena. Hasta las trancas, vaya!! Yo creo que el italiano de la recepción tendrá que ir a terapia después de lo que ha visto esta mañana, te lo digo yo.
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Marienplatz |
¿Que qué tal el tiempo? Pues un sol
radiante, calorcito y sin viento. Para que quieres más.
Entre pitos y flautas me han dado las
10 y media, bastante tarde para mí, pero con el plan que tengo hoy,
me sirve. Arranco hacia Munich y me planto allí en menos de una
hora. Vaya carreteras que se calzan estos alemanes, ni un solo bache,
oiga, impresionante.
En Munich me voy directo a Marienplatz,
que es como la plaza del pueblo, como su propio nombre indica: platz
de plaza y marien de pueblo. Si es que hay que daros todo mascao...
Se supone que aquí y alrededores está
lo más destacado de la ciudad, sobre todo si va a ser una visita
relámpago, como es mi caso. Lo que sí tengo localizado es una
cervecería: Hofbrauhaus, que se supone que es la más famosa del
mundo. Inmensa, oye. Y no es que sea el típico sitio turístico
plagado de gente como yo. No. Esto está lleno de alemanes de todos
los estilos y todas las edades. Me llama mucho la atención la
cantidad de gente mayor (mayores de 60) metiéndose entre pecho y
espalda unas jarras de cerveza del tamaño de mi cabeza, que no es
chica. No por el hecho de verles bebiendo alcohol, sólo faltaba,
sino por la cantidad. Madre mía, qué jarras!! La normal es de un
litro!!
Doy una vuelta por el local, observando
todo y para ver el funcionamiento. Repito, es muy grande, te lleva un
buen rato recorrerlo en su totalidad. Al final veo una mesa con 6
sillas vacía. Me da un poco de palo sentarme sólo en una mesa tan
grande, pero mira, yo quiero mi cerveza.
Mientras me voy quitando la chupa
(¡Dios, qué calor!) aparece una pareja de esos señores mayores que
mencionaba antes y hablando en su gutural idioma, por los gestos,
entiendo que me están pidiendo permiso para sentarse a mi vera. ¡Por
supuesto, chaval! ¿Quién soy yo para decirte que no? Como si
estuvieras en tu casa. Llevan sendas jarras de litro en sus manos,
pero no son de cristal. Son grises, no sé si de cerámica, con una
tapa metálica, y por lo que entiendo, es para mantener la cerveza
fresquita. ¡No saben nada estos abueletes!
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¡Vaya chavalería que nos hemos juntado! |
Yo me pido la mía, pero me la traen en
jarra de cristal. No pasa nada, en peores plazas hemos toreao.
Es curioso lo que te suelta la lengua
el alcohol, porque en 5 minutos me encuentro hablando con ellos como
si nos conociéramos desde la infancia. Uno de ellos habla algo de
inglés, el otro apenas nada, pero no importa, nos entendemos. Y si
no, da igual, tampoco vamos a hacer una tesis.
Después de un buen rato allí sentado,
hay que moverse. La despedida es difícil. Chavales, sé que es duro,
puede que no nos volvamos a ver. Nooooo. No desfallezcáis, sed
fuertes. Lo seremos, no te preocupes. Buenos, pues ya me quedo más
tranquilo.
Estrechamos las manos y de ahí, a la
moto. Dirección Praga.
En Alemania sería un pecado no coger
la autopista, así que vamos a la jaula. Es impresionante la
velocidad a la que conducen en algunos tramos. Yo tenía pensado que
no había límite, aunque yo veo continuamente señales de 120.
Bueno, las señales están, pero en muchas ocasiones me han quitado
las pegatinas ¡Cabrones, con lo que cuesta ponerlas! Miras por el
retrovisor y los ves venir, a veces acojona la velocidad que traen,
pero calculo que alguno pasa a 200 largos, pero muy largos. Un error
de cálculo y adiós. Eso sí, corren donde se puede correr. La gran
diferencia con España es que aquí, en el momento que marca menos de
120, lo respetan a rajatabla. Que hay obras, se reduce un carril y
demás, pues todo dios a 80, sin rechistar, desde el Kia Picanto
hasta el BMW serie 7. Lo cierto es que da gusto. Además veo que se
respeta mucho a los vehículos de dos ruedas, tanto motos como bicis.
Está claro que estamos a años luz.
Son las 7 de la tarde cuando llego a
Praga, muy buena hora para lo que estoy acostumbrado. He reservado
una habitación en unos apartamentos en el centro, justo debajo del
castillo. El sitio está de cine, es una habitación triple inmensa,
con todo nuevecito. Hasta internet TV, aunque ya le he dicho al jefe
que por mí no se preocupe, que no la voy a hacer ni encender.
Tengo un paseo de 5 minutos de reloj
hasta el puente. Entre una cosa y otra, ya está anocheciendo. Había
oído hablar muy bien sobre esta ciudad, y la verdad es que tiene un
puntillo especial, aunque después de caminar un buen rato, mi
opinión es que es perfecta para venir en pareja. Muy, muy romántica,
con infinidad de restaurantes coquetos y rinconcitos donde sentarse
unos minutos. A cada rato te encuentras parejitas de enamorados
dándose el lote sin complejos. Aquí alguno va a pillar... y no voy
a ser yo.


De la mala ostia que llevo en el
cuerpo, me compro una pizza y un par de cervezas y me voy a la
habitación, no sin antes aprovechar para hacer esas últimas fotos,
ya noche cerrada, y las calles con menos gente. Definitivamente,
Praga me parece una ciudad mágica, que seguramente ha cambiado mucho
en los últimos años debido a la masificación del turismo, pero que
aún tiene mucho que aportar.
Hasta la próxima, chavales. Besos y
abrazos.

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