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Me despierto sobre las 6 de la mañana en la cama de arriba de una litera que, muy amablemente, me ha cedido el Banana (o Xavi). No he dormido mal, para qué nos vamos a engañar. Esperaba algo bastante peor, pero el cansancio está haciendo mella y llega un momento que sería capaz de dormirme de pie. Los bártulos los dejé preparados el día anterior para molestar lo menos posible a mi compi de habitación.
Aunque está medio dormido, nos despedimos con un apretón de manos, porque en posición horizontal el abrazo está fuera de lugar, no vaya a ser que me caiga encima y confundamos los términos. Fuera coñas, desde aquí, Xavi, muchísimas gracias por todo! Nos vemos por las wifis!!
Son las 6:30 cuando arranco la moto. Tengo unas cuantas horas hasta Kiev, así que no me quiero entretener. De salida, paso por la Plaza Roja para echarle un último vistazo a estas maravillas, y enfilo la carretera.
A la hora y media aproximadamente, paro en una gasolinera porque el tigre que llevo en el estómago se está despertando, y además, ya me está dando un poco de sueño, así que toca mi dosis de cafeína en vena. El sitio es para mear y no echar gota. Más que cutre. Aquí no hay término medio. O te encuentras una gasolinera con cafetería tipo Starbucks cuyos baños se limpian solos (como vimos el otro día) o te encuentras esto. Voy a desayunar aquí porque las circunstancias mandan, pero vaya, esto es la definición de agujero inmundo. Quentin Tarantino podría inspirarse aquí para una de sus guarrerías. Para Torrente sería muy limpio.
Y no te digo nada el baño. Bueno, mejor letrinas. Así, como suena: letrinas, y de las malas. Más vale que sólo tenía que hacer aguas menores, si no, no aguanto. ¡Qué peste! Mientras hacía lo mío, veía ahí abajo el recado del anterior valiente que se había aventurado a entrar en semejante habitáculo. Muchas gracias, salao. Espero devolvértelo algún día.
Sigo camino y el sueño no desaparece. Me parece que va a ser un día largo, porque con el coñazo de carreteras que hay por aquí y el sueño que tengo, esto va a ser de lo más divertido. Divertido sobre todo si me duermo encima de la moto. Ya veréis como mola, ya.
A grandes males, grandes remedios. Paro en otra gasolinera, que otra cosa no habrá, pero gasolineras, las que quieras y más, y me compro una lata de Red Bull XXL, a ver si con esto arreglamos algo. No me gusta nada esa mierda, pero en situaciones así, hay dos opciones (ilegales, alguna más, pero va a ser que no). O cafeína en gotero, o dormir. Vamos a probar la primera, a ver si resulta.
El ingeniero que se encargó del diseño de las carreteras no se complicó demasiado la existencia. Escuadra, cartabón y a correr. Las pocas curvas que hay supongo que serán los efectos secundarios del vodka en dosis rusas.
Parece que algo me despeja, pero tampoco te creas que es la panacea. Al poco rato empiezo a bostezar. No me lo puedo creer. Así no puedo seguir, en una de estas me voy a ir a la cuneta, o peor aún, de frente contra un camión, y mira que eso no mola nada. Lo digo por experiencia.

Cuando estoy a unos 4 kilómetros de la frontera, paro a comer algo y a llenar el tanque. No sé el precio de la gasolina en Ucrania, pero me da igual, no puede estar mucho más barata que aquí (75 céntimos). El chico que me atiende no sabe decir ni hello en inglés, y como no nos entendemos, me dice por señas que vaya con él dentro de la tienda. Habrá alguien que hable inglés, supongo yo.
Me lleva hasta la chica que está atendiendo en el mostrador. Y lo cojonudo es que sabe de inglés exactamente lo mismo que el chaval, o sea, cero pelotero. El muy cabrón se ha quitado el marrón de encima muy elegantemente. Balones fuera. Joder, podría ser español perfectamente, el jodío.
Al final, consigo que me active el surtidor para llenar el tanque, y me como una especie de empanada de atún y tomate recién traída de La Coruña. Coca Cola Zero, por eso de cuidarse, y me quedo como un señor. Ya estoy listo para enfrentarme a los polis-militares de la frontera.
Conforme me acerco, veo que la frontera rusa parece normal, no veo nada fuera de sitio. Voy hasta el primer STOP, entrego documentación, y demás, y empiezan con sus cosas, Son bastante desagradables. Rudos, toscos, serios... Lo que nosotros entendemos por un ruso. Aunque lo cierto es que la imagen que tenía yo de esta nación en cuanto a sus gentes, era mucho peor de lo que me he encontrado. La gente de la calle se ha portado muy bien conmigo, han sido serviciales, atentos, y... serios. Mira, eso sí. Son serios, pero sólo al principio. En cuanto entablas una pequeña conversación y rompes el hielo, te das cuenta que hasta son capaces de sonreir. Sí, sí.
Pero no son así los militares de la frontera. Estos están muy metidos en su papel y ni sonreir ni ostias. En fin, que me la pela. Tú termina con mis papeles que me esperan al otro lado, máquina. Hay uno que hasta me hace quitarme el casco para comprobar que soy yo. Me mira fijamente, mira el pasaporte, me vuelve a mirar, vuelve a mirar el pasaporte... Así unas 6 veces... ¡Que sí, cojones! ¡Que soy yo! ¿Si estás ciego cómo coño entraste en el ejército?


Después de la frontera hay un montón de buscavidas que intentan que cambies dinero con ellos, cosa que todo el mundo sabe que no hay que hacer jamás de los jamases, porque te dan un palo que te dejan temblando, así que paso de ellos, meto primera y pa'lante.
Lo primero que me llama la atención es la carretera: asfalto impecable, oiga usted. Pero impecable. Ni un solo bache. Y se agradece, sobre todo cuando me he comido un montón de kilómetros de carretera chunga, recta y aburrida por tierras rusas.

Yo, por si acaso, ni me bajo de la moto. Unas cuantas fotos y listo.
El resto del camino, sin novedad. Lo único reseñable es que me vuelve a entrar un sueño brutal. Ya no sé qué hacer. Levanto la visera para que me dé el aire, me cambio de postura cada poco tiempo, me pongo a cantar a voz en grito... Pero nada funciona. Buf, tengo que llegar porque si no me la voy a dar.

Y por fin, Kiev. Y sin dormirme. Hay un tráfico densísimo y muy lento. Culebreo como puedo entre toda esa orgía de coches, y voy avanzando poco a poco. Apenas se ven motos, ni grandes ni pequeñas. El señor que va dentro del GPS me lleva directo al hostel que me ha recomendado el Banana, que está en el mismo Maidan. Situación inmejorable. Y cuando ya lo tengo localizado, sigo y me voy al campamento,quiero verlo ya, me puede la impaciencia.


Después de un rato de charleta, ahora sí es momento de ir a poner el huevo. La habitación es como para un Click de Playmobil sin accesorios. No me puedo ni revolver, pero desde la terraza hay unas vistas espectaculares de toda la plaza, cosa que no tiene precio. Bajo a cenar. Hay varios chiringuitos justo enfrente, además de un McDonalds, el cual lo ignoro. Me zampo 2 empanadas de un palmo (hoy es el día de las empanadas, son distintas a las de la comida, pero empanadas al fin y al cabo) y su correspondiente medio litro de cerveza ucraniana de 7.1 grados, por el módico precio de 2'80 euros. Regalado, vaya. Y si encima lo comparamos con los precios de Moscú, ni te cuento.

Y eso es, precisamente lo que hago al día siguiente. Desayuno en el mismo sitio que cené anoche. Café, 60 céntimos, 2 bollos de chocolate, 80 céntimos. No está mal, ¿no? Ahora ya estoy listo para patearme la ciudad.
Lo primero, me meto otra vez en el campamento de Maidan. Es de las cosas más impresionantes que he visto. Está completamente tomado. Todas las entradas a la plaza están abiertas, pero las barricadas ocupan el 80% del espacio, dejan un trozo para el paso de personas y, en su caso, vehículos. Pero lo que veo es que en caso de necesidad, blindan la plaza en cuestión de minutos. Y ahí no entra ni Dios. Ni tampoco sale.
No sé muy bien qué es lo que espera esta gente, pero lo que sí tengo claro es que cualquiera que quiera entrar por la fuerza, no lo va a tener nada fácil. Hay millones de neumáticos, adoquines (levantados de las aceras, que están más peladas que un pavo en Acción de Gracias), palets de carga, barras de acero... En fin, lo que viene a ser una barricada de las de verdad. Y sobre todo, ahí dentro hay gente que está dispuesta a morir por lo suyo. Ya lo han demostrado.
Armas no se ven muchas, al menos a simple vista, pero no tengo ninguna duda de que por ahí dentro tienen un auténtico arsenal. Hago mil fotos. ¿Qué digo, mil? ¡¡Dos mil!! No dejo títere con cabeza. Nadie dice nada, aunque también es cierto que cuando he hecho un par de fotos hacia la zona de las tiendas de campaña, ha habido varios que no me han mirado nada bien. Y a buen entendedor.... Tengo un montón de fotos impresionantes sin necesidad de jugarme el tipo.
Después me paseo un poco por el resto de la ciudad, compro la consiguiente pegatina del país, y hago el haragán el resto de la jornada.
He colgado en Feisbuk un album titulado Kiev (ocurrente que es uno) donde hay unas cuantas fotos para que os hagáis una idea de todo esto.
Y mañana, regresamos a la Madre Rusia, a ver que me cuentan en la frontera, de nuevo, estos hijos de Puttin.
Gracias por los comentarios. Sois muy grandes. Besos y abrazos.
ufff menuda cronica, y ke sitio! gracias por compartir
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